Mi
historia de amor con Sydney comenzó hace mucho tiempo, en los albores del
despertar del alma, donde se fraguan los verdaderos amores sin que apenas
podamos percibirlo.
El
alma de una niña de seis años que, un 31 de diciembre cerca de las tres de la
tarde, veía un televisor Telefunken Pal Color de aquella época.
Apenas
logro recordar la sintonía que daba paso a los informativos, pero sí el momento
en el que el tiempo se detuvo, cuando algún mecanismo que movía los engranajes
de mi pequeño corazón se quedó anclado en una imagen que me cautivó para
siempre.
Un
espectáculo de luces, colores y sonidos que los acompasaban lo inundaba todo,
reflejándose en un agua ligeramente plateada y plagada de pequeños barquitos
iluminados por el resplandor.
Ante
mí se desplegaba una danza atávica de fuego y fulgor, de tonalidades brillantes y
humaredas caprichosas.
La
luz que enardecía a la oscuridad se abrazaba a una bahía serena y delicada que
se rendía a sus encantos.
Un
delicado puente curvo, coronado por ráfagas de luz, se intuía etéreo entre aquel
alboroto cromático y lumínico.
Todo
era luminosidad como en un gran paisaje impresionista
Y
allí estaba yo, en trance, contemplándolo todo, cuando la grave voz del
presentador del telediario me devolvió a la realidad:
“En
Sydney, Australia, ya es Año Nuevo”
En mis pupilas aún se reflejaba la luz que envolvía aquel lugar y en mi corazón un deseo ardía como el fuego, arrasando con todo lo que guardaba allí. Un pequeño hilo de voz trepó por mi garganta y se posó en mis labios hilvanando unas palabras: “Tengo que estar allí algún día”
Sydney
había desplegado ante mi toda su magia, todo su poder de seducción y me había
hecho suya para siempre.
Aquellos
centelleos de color que reverberaban en el cielo nocturno encendieron anhelos
tintineantes en lo más profundo de mi ser y bajo
la piel comenzó a dormir un amor silencioso y callado mientras la vida proseguía su curso.
Pocos
años después surgió un apasionado amor platónico con Egipto, que me llevo a
recorrer los caminos más apasionantes y recónditos de la Historia y a descubrir
mi verdadera vocación. Sin
embargo, cuando Egipto se tornó terrenal, cuando me fundí en sus arenas
ardientes y aplaqué el rigor del verano en las frescas aguas del Nilo, entendí que
pertenecíamos a mundos distintos.
Confieso
que después vinieron muchos y variados flirteos con otros lugares del mundo que
se me antojaban mágicos, pero que en el fondo eran banales y tibios, posándose en la superficie sin tan siquiera llegar a acariciarme el alma.
En
cambio, Sydney esperaba latente, sereno, silente...
Cada
31 de diciembre brotaba en mi corazón un sentimiento de nostalgia que crecía
año tras año, cuando mi mirada se tornaba lánguida y melancólica frente al
televisor primero y al móvil después, mientras volvían a aparecer ante mí todos
aquellos encantos que me transportaban a la niñez y me atrapaba el magnetismo
de una frase “Happy New Year Sydney”
Y
en ese preciso instante, nacía un momento fascinante en el que sólo quedaba yo
frente a aquella imagen soñada y mágica.
Cuántas
batallas tuve que librar hasta darme cuenta que era un sueño lo que me
inspiraba a seguir adelante, que una meta me empujaba a seguir valiente, que nada
malo podía ocurrir, que mi destino pasaba antes o después por Sydney
Podía
recorrer muchos lugares del mundo, sitios idílicos, paisajes grandiosos,
parajes infinitos… pero ya sabía que mis mejores horas le pertenecerían siempre.
Cuánto
te he soñado Sydney, cuánto te he imaginado, cuánto he tenido que esperar para
arrojarme a tus brazos, para cerrar contigo el año que se adormece perezoso y
dar la bienvenida al que despierta al compás del estallido de colores y cohetes
en tu deliciosa bahía.
Por
fin este es el momento, el de comenzar la leyenda, el del momento de hacer el
sueño realidad, el de emprender mi Space Oddity particular y subir a bordo de
un barco llamado Major Tom rumbo a un mundo iridiscente y onírico.
Y
puede que la Tierra esté triste, pero yo habré emprendido el camino hacia las
estrellas.
Cuando
se inicie la cuenta atrás, cuando explosione la luz por doquier y una miríada
de colores vibrantes lo inunde todo, seré inmensamente feliz.
Y
entonces desearé que el cielo infinito se convierta en una Telefunken Pal Color
y yo vuelva a ser una niña soñadora de 6 años que la mira junto a sus abuelos
en un comedor anexo a un mirador, en una bonita casa de la calle San Torcuato.
Ground
control to Major Tom…
Can
you hear me, Major Tom?
"Here am I floating 'round my tin can
Far above the moon
Planet Earth is blue
And there's nothing I can do"
"Here am I floating 'round my tin can
Far above the moon
Planet Earth is blue
And there's nothing I can do"