Semuret o Semura es el nombre que
los árabes le dieron a la ciudad de Zamora.
Significa ciudad de las turquesas.
Término evocador que destila
belleza solo al pronunciarlo y deja en el alma un aroma a ensoñación y poesía.
Quizá Zamora ya no tiene turquesas que
la engalanen, pero continúa encerrando al abrigo de sus angostas rúas un
hermoso tesoro que hace perdurar el bello origen de su nombre.
Se trata de una antigua librería
llamada también Semuret.
Está situada en la planta baja de
una vetusta casa del casco histórico que hace esquina, lo que permite a sus
escaparates asomarse a dos calles distintas.
Una de ellas, la calle Alfonso XII,
baja apresurada a encontrarse con el Duero.
La otra calle, Ramos Carrión, nace
en la Plaza Mayor y constituye el inicio de uno de los recorridos más idílicos de
la ciudad, una ruta que serpentea entre iglesias románicas y estrechas calles
empedradas hasta desembocar en la
Catedral.
Y allí está Semuret, como antesala
de toda la magia que espera al visitante y a la vez compendio de la misma.
Muchos son los que en su camino de
vuelta recalan allí en busca de información sobre la historia de la ciudad,
interés en parte motivado por toda la belleza histórica que han visto y en
parte por el encanto que emana de su interior y que se percibe tan solo con
pasar delante de su puerta.
Y Semuret nunca defrauda, como el oráculo
de Delfos, como la morada del druida conocedor de todas las leyendas y secretos,
despliega sus alas de papel ofreciendo
al visitante la oportunidad de emprender el vuelo e iniciar un viaje
sentimental a través del tiempo y del espacio.
Podría recomponer gran parte de mi
vida con secuencias de reflejos en sus escaparates, que ya de por sí tenían un
encanto especial, distinto al de otros establecimientos.
Como si de recias vitrinas de
museos se tratara, desprendían una luz tan especial que no podía evitar detenerme
y observar su contenido con la curiosidad de un ser que descubre el mundo por
primera vez.
La mirada se deleitaba en cada
novela, cada libro, cada cuadernillo, cada fotografía…un mar de tesoros
infinitos invadía mis pupilas, que comenzaban a dilatarse con asombro.
Entonces, me dirigía hacia el
umbral de la puerta con la vehemencia del discípulo que va a comenzar un viaje
iniciático en el interior de un templo antiguo.
Una vez dentro, un delicioso caos
ordenado me incitaba a sumergirme en un océano de sensaciones, de aventuras, de
mundos oníricos esperando ser explorados.
El aire se inundaba de un aroma a
anís, a incienso, a papel ajado…
Y todo empezaba cuando querías, cuando
comenzabas a recorrer cada uno de sus rincones, cuando acariciabas los lomos de
los libros, cuando te rendías a las letras que despertaban perezosas con el
aleteo del paso de las páginas….
Guardo los recuerdos y los libros
de Semuret como si de auténticas turquesas de aquella Zamora antigua se
trataran…
El primero que llegó a mi vida fue
un atlas de estudiante, de pasta dura azul marino con la imagen de la Tierra en
la portada.
Mis ojos de niña navegaban
maravillados por los mapas de sus páginas, mientras mi espíritu viajero se
alimentaba de lugares lejanos que soñaba con visitar algún día…
Aquel libro despertó en mí el gen
nómada de mis ancestros, aquellos a los que aún no había doblegado la sedentarización y su inquietud les empujaba a descubrir
nuevos horizontes.
Poco después llegó “Dioses, Tumbas y Sabios” y el apasionante relato de Howard Carter sobre
su descubrimiento de la tumba de Tutankhamon
“Cuando Lord Carnavon preguntó ansiosamente
"¿Puede ver algo?" todo lo que
pude hacer fue decir: "Sí,
cosas maravillosas"”.
Así me sentía yo cada vez que cruzaba
aquella puerta…como una intrépida arqueóloga que tenía la certeza de que allí
dentro me esperaban cosas maravillosas anhelando ser descubiertas.
Muchos somos los nostálgicos de sus
abrazos de papel, los que llevamos en el alma ya prendida para siempre la
deliciosa sensación de que comienza la leyenda nada más cruzar su pequeño
vestíbulo y pisar sus entrañables baldosas
modernistas.
Y es que Semuret es de esos lugares
únicos que te acarician el alma, y la marcan con una huella indeleble, dulce y
cálida.
Sin embargo, Semuret se va…
Como un barquito de papel nos dice
adiós mientras navega hacia la remembranza, hacia el mundo bucólico y sublime
donde habitan los recuerdos más dulces, las vivencias más felices, las
reminiscencias de un pasado que añoramos y no queremos olvidar.
Me resisto Semuret a que te vayas,
a enfrentarme a tus estanterías vacías, a tus escaparates yermos, a tus paredes
desnudas, a tu interior baldío…
A que tu nombre forjado en hierro y
en historia desaparezca de esa fachada que me ha visto nacer, crecer, luchar,
seguir adelante, desfallecer, volver a empezar
y como no, siempre, siempre soñar.
Me resisto a que no pueda visitarte
cada vez que vuelvo a casa, a que una parte de mis sueños se vayan contigo para
siempre.
A que la ciudad que una vez fue de
las turquesas pierda con tu partida su último vestigio de grandeza…
Te vas Semuret, el año que finalizo
mis estudios de Historia…mi verdadera vocación, la que me enseñaste a encontrar
en la tinta de las obras que poblaban tus baldas de oscura madera barnizada.
Gracias Semuret, gracias por
engrandecerme el alma cada vez que atravesaba tu puerta, por llenar mi corazón
al salir con uno de tus libros entre mis manos, por hacerme comprender a base
de perderme en tus escaparates que no hay sueños imposibles, y que simplemente todo empieza cuando tú quieras.