"Moriré una vez y otra, y sabré que es inagotable la vida" (Rabindranath Tagore)

martes, 9 de abril de 2019

SEMURET


Semuret o Semura es el nombre que los árabes le dieron a la ciudad de Zamora.
Significa ciudad de las turquesas.
Término evocador que destila belleza solo al pronunciarlo y deja en el alma un aroma a ensoñación y poesía.

Quizá Zamora ya no tiene turquesas que la engalanen, pero continúa encerrando al abrigo de sus angostas rúas un hermoso tesoro que hace perdurar el bello origen de su nombre.

Se trata de una antigua librería llamada también Semuret.
Está situada en la planta baja de una vetusta casa del casco histórico que hace esquina, lo que permite a sus escaparates asomarse a dos calles distintas.
Una de ellas, la calle Alfonso XII, baja apresurada a encontrarse con el Duero.
La otra calle, Ramos Carrión, nace en la Plaza Mayor y constituye el inicio de uno de los recorridos más idílicos de la ciudad, una ruta que serpentea entre iglesias románicas y estrechas calles empedradas hasta desembocar en  la Catedral.

Y allí está Semuret, como antesala de toda la magia que espera al visitante y a la vez compendio de la misma.
Muchos son los que en su camino de vuelta recalan allí en busca de información sobre la historia de la ciudad, interés en parte motivado por toda la belleza histórica que han visto y en parte por el encanto que emana de su interior y que se percibe tan solo con pasar delante de su puerta.

Y Semuret nunca defrauda, como el oráculo de Delfos, como la morada del druida conocedor de todas las leyendas y secretos,  despliega sus alas de papel ofreciendo al visitante la oportunidad de emprender el vuelo e iniciar un viaje sentimental a través del tiempo y del espacio.

Podría recomponer gran parte de mi vida con secuencias de reflejos en sus escaparates, que ya de por sí tenían un encanto especial, distinto al de otros establecimientos.
Como si de recias vitrinas de museos se tratara, desprendían una luz tan especial que no podía evitar detenerme y observar su contenido con la curiosidad de un ser que descubre el mundo por primera vez.
La mirada se deleitaba en cada novela, cada libro, cada cuadernillo, cada fotografía…un mar de tesoros infinitos invadía mis pupilas, que comenzaban a dilatarse con asombro.
Entonces, me dirigía hacia el umbral de la puerta con la vehemencia del discípulo que va a comenzar un viaje iniciático en el interior de un templo antiguo.

Una vez dentro, un delicioso caos ordenado me incitaba a sumergirme en un océano de sensaciones, de aventuras, de mundos oníricos esperando ser explorados.
El aire se inundaba de un aroma a anís, a incienso,  a papel ajado…

Y todo empezaba cuando querías, cuando comenzabas a recorrer cada uno de sus rincones, cuando acariciabas los lomos de los libros, cuando te rendías a las letras que despertaban perezosas con el aleteo del paso de las páginas….

Guardo los recuerdos y los libros de Semuret como si de auténticas turquesas de aquella Zamora antigua se trataran…
El primero que llegó a mi vida fue un atlas de estudiante, de pasta dura azul marino con la imagen de la Tierra en la portada.
Mis ojos de niña navegaban maravillados por los mapas de sus páginas, mientras mi espíritu viajero se alimentaba de lugares lejanos que soñaba con visitar algún día…
Aquel libro despertó en mí el gen nómada de mis ancestros, aquellos a los que aún no había doblegado la sedentarización  y su inquietud les empujaba a descubrir nuevos horizontes.

Poco después llegó  “Dioses, Tumbas y Sabios”  y el apasionante relato de Howard Carter sobre su descubrimiento de la tumba de Tutankhamon
“Cuando Lord Carnavon preguntó ansiosamente "¿Puede ver algo?" todo lo que pude hacer fue decir: "Sí, cosas maravillosas"”.

Así me sentía yo cada vez que cruzaba aquella puerta…como una intrépida arqueóloga que tenía la certeza de que allí dentro me esperaban cosas maravillosas anhelando ser descubiertas.

Muchos somos los nostálgicos de sus abrazos de papel, los que llevamos en el alma ya prendida para siempre la deliciosa sensación de que comienza la leyenda nada más cruzar su pequeño vestíbulo  y pisar sus entrañables baldosas modernistas.

Y es que Semuret es de esos lugares únicos que te acarician el alma, y la marcan con una huella indeleble, dulce y cálida.

Sin embargo, Semuret se va…

Como un barquito de papel nos dice adiós mientras navega hacia la remembranza, hacia el mundo bucólico y sublime donde habitan los recuerdos más dulces, las vivencias más felices, las reminiscencias de un pasado que añoramos y no queremos olvidar.


Me resisto Semuret a que te vayas, a enfrentarme a tus estanterías vacías, a tus escaparates yermos, a tus paredes desnudas, a tu interior baldío…
A que tu nombre forjado en hierro y en historia desaparezca de esa fachada que me ha visto nacer, crecer, luchar, seguir adelante, desfallecer, volver a empezar  y como no, siempre, siempre soñar.
Me resisto a que no pueda visitarte cada vez que vuelvo a casa, a que una parte de mis sueños se vayan contigo para siempre.
A que la ciudad que una vez fue de las turquesas pierda con tu partida su último vestigio de grandeza…

Te vas Semuret, el año que finalizo mis estudios de Historia…mi verdadera vocación, la que me enseñaste a encontrar en la tinta de las obras que poblaban tus baldas de oscura madera barnizada.

Gracias Semuret, gracias por engrandecerme el alma cada vez que atravesaba tu puerta, por llenar mi corazón al salir con uno de tus libros entre mis manos, por hacerme comprender a base de perderme en tus escaparates que no hay sueños imposibles, y que simplemente todo empieza cuando tú quieras.