"Moriré una vez y otra, y sabré que es inagotable la vida" (Rabindranath Tagore)

sábado, 21 de diciembre de 2019

Sydney


Mi historia de amor con Sydney comenzó hace mucho tiempo, en los albores del despertar del alma, donde se fraguan los verdaderos amores sin que apenas podamos percibirlo.
El alma de una niña de seis años que, un 31 de diciembre cerca de las tres de la tarde, veía un televisor Telefunken Pal Color de aquella época.

Apenas logro recordar la sintonía que daba paso a los informativos, pero sí el momento en el que el tiempo se detuvo, cuando algún mecanismo que movía los engranajes de mi pequeño corazón se quedó anclado en una imagen que me cautivó para siempre.

Un espectáculo de luces, colores y sonidos que los acompasaban lo inundaba todo, reflejándose en un agua ligeramente plateada y plagada de pequeños barquitos iluminados por el resplandor.
Ante mí se desplegaba una danza atávica de fuego y fulgor, de tonalidades brillantes y humaredas caprichosas.
La luz que enardecía a la oscuridad se abrazaba a una bahía serena y delicada que se rendía a sus encantos.
Un delicado puente curvo, coronado por ráfagas de luz, se intuía etéreo entre aquel alboroto cromático y lumínico.
Todo era luminosidad como en un gran paisaje impresionista

Y allí estaba yo, en trance, contemplándolo todo, cuando la grave voz del presentador del telediario me devolvió a la realidad:
“En Sydney, Australia, ya es Año Nuevo”



En mis pupilas aún se reflejaba la luz que envolvía aquel lugar y en mi corazón un deseo ardía como el fuego, arrasando con todo lo que guardaba allí. Un pequeño hilo de voz trepó por mi garganta y se posó en mis labios hilvanando unas palabras: “Tengo que estar allí algún día”

Sydney había desplegado ante mi toda su magia, todo su poder de seducción y me había hecho suya para siempre.
Aquellos centelleos de color que reverberaban en el cielo nocturno encendieron anhelos tintineantes en lo más profundo de mi ser y bajo la piel comenzó a dormir un amor silencioso y callado mientras la vida proseguía su curso.

Pocos años después surgió un apasionado amor platónico con Egipto, que me llevo a recorrer los caminos más apasionantes y recónditos de la Historia y a descubrir mi verdadera vocación. Sin embargo, cuando Egipto se tornó terrenal, cuando me fundí en sus arenas ardientes y aplaqué el rigor del verano en las frescas aguas del Nilo, entendí que pertenecíamos a mundos distintos.
Confieso que después vinieron muchos y variados flirteos con otros lugares del mundo que se me antojaban mágicos, pero que en el fondo eran banales y tibios, posándose en la superficie sin tan siquiera llegar a acariciarme el alma.

En cambio, Sydney esperaba latente, sereno, silente...
Cada 31 de diciembre brotaba en mi corazón un sentimiento de nostalgia que crecía año tras año, cuando mi mirada se tornaba lánguida y melancólica frente al televisor primero y al móvil después, mientras volvían a aparecer ante mí todos aquellos encantos que me transportaban a la niñez y me atrapaba el magnetismo de una frase “Happy New Year Sydney”

Y en ese preciso instante, nacía un momento fascinante en el que sólo quedaba yo frente a aquella imagen soñada y mágica.

Cuántas batallas tuve que librar hasta darme cuenta que era un sueño lo que me inspiraba a seguir adelante, que una meta me empujaba a seguir valiente, que nada malo podía ocurrir, que mi destino pasaba antes o después por Sydney
Podía recorrer muchos lugares del mundo, sitios idílicos, paisajes grandiosos, parajes infinitos… pero ya sabía que mis mejores horas le pertenecerían siempre.

Cuánto te he soñado Sydney, cuánto te he imaginado, cuánto he tenido que esperar para arrojarme a tus brazos, para cerrar contigo el año que se adormece perezoso y dar la bienvenida al que despierta al compás del estallido de colores y cohetes en tu deliciosa bahía.

Por fin este es el momento, el de comenzar la leyenda, el del momento de hacer el sueño realidad, el de emprender mi Space Oddity particular y subir a bordo de un barco llamado Major Tom rumbo a un mundo iridiscente y onírico.
Y puede que la Tierra esté triste, pero yo habré emprendido el camino hacia las estrellas.

Cuando se inicie la cuenta atrás, cuando explosione la luz por doquier y una miríada de colores vibrantes lo inunde todo, seré inmensamente feliz.
Y entonces desearé que el cielo infinito se convierta en una Telefunken Pal Color y yo vuelva a ser una niña soñadora de 6 años que la mira junto a sus abuelos en un comedor anexo a un mirador, en una bonita casa de la calle San Torcuato.


Ground control to Major Tom…
Can you hear me, Major Tom?
"Here am I floating 'round my tin can
Far above the moon
Planet Earth is blue
And there's nothing I can do"

martes, 9 de abril de 2019

SEMURET


Semuret o Semura es el nombre que los árabes le dieron a la ciudad de Zamora.
Significa ciudad de las turquesas.
Término evocador que destila belleza solo al pronunciarlo y deja en el alma un aroma a ensoñación y poesía.

Quizá Zamora ya no tiene turquesas que la engalanen, pero continúa encerrando al abrigo de sus angostas rúas un hermoso tesoro que hace perdurar el bello origen de su nombre.

Se trata de una antigua librería llamada también Semuret.
Está situada en la planta baja de una vetusta casa del casco histórico que hace esquina, lo que permite a sus escaparates asomarse a dos calles distintas.
Una de ellas, la calle Alfonso XII, baja apresurada a encontrarse con el Duero.
La otra calle, Ramos Carrión, nace en la Plaza Mayor y constituye el inicio de uno de los recorridos más idílicos de la ciudad, una ruta que serpentea entre iglesias románicas y estrechas calles empedradas hasta desembocar en  la Catedral.

Y allí está Semuret, como antesala de toda la magia que espera al visitante y a la vez compendio de la misma.
Muchos son los que en su camino de vuelta recalan allí en busca de información sobre la historia de la ciudad, interés en parte motivado por toda la belleza histórica que han visto y en parte por el encanto que emana de su interior y que se percibe tan solo con pasar delante de su puerta.

Y Semuret nunca defrauda, como el oráculo de Delfos, como la morada del druida conocedor de todas las leyendas y secretos,  despliega sus alas de papel ofreciendo al visitante la oportunidad de emprender el vuelo e iniciar un viaje sentimental a través del tiempo y del espacio.

Podría recomponer gran parte de mi vida con secuencias de reflejos en sus escaparates, que ya de por sí tenían un encanto especial, distinto al de otros establecimientos.
Como si de recias vitrinas de museos se tratara, desprendían una luz tan especial que no podía evitar detenerme y observar su contenido con la curiosidad de un ser que descubre el mundo por primera vez.
La mirada se deleitaba en cada novela, cada libro, cada cuadernillo, cada fotografía…un mar de tesoros infinitos invadía mis pupilas, que comenzaban a dilatarse con asombro.
Entonces, me dirigía hacia el umbral de la puerta con la vehemencia del discípulo que va a comenzar un viaje iniciático en el interior de un templo antiguo.

Una vez dentro, un delicioso caos ordenado me incitaba a sumergirme en un océano de sensaciones, de aventuras, de mundos oníricos esperando ser explorados.
El aire se inundaba de un aroma a anís, a incienso,  a papel ajado…

Y todo empezaba cuando querías, cuando comenzabas a recorrer cada uno de sus rincones, cuando acariciabas los lomos de los libros, cuando te rendías a las letras que despertaban perezosas con el aleteo del paso de las páginas….

Guardo los recuerdos y los libros de Semuret como si de auténticas turquesas de aquella Zamora antigua se trataran…
El primero que llegó a mi vida fue un atlas de estudiante, de pasta dura azul marino con la imagen de la Tierra en la portada.
Mis ojos de niña navegaban maravillados por los mapas de sus páginas, mientras mi espíritu viajero se alimentaba de lugares lejanos que soñaba con visitar algún día…
Aquel libro despertó en mí el gen nómada de mis ancestros, aquellos a los que aún no había doblegado la sedentarización  y su inquietud les empujaba a descubrir nuevos horizontes.

Poco después llegó  “Dioses, Tumbas y Sabios”  y el apasionante relato de Howard Carter sobre su descubrimiento de la tumba de Tutankhamon
“Cuando Lord Carnavon preguntó ansiosamente "¿Puede ver algo?" todo lo que pude hacer fue decir: "Sí, cosas maravillosas"”.

Así me sentía yo cada vez que cruzaba aquella puerta…como una intrépida arqueóloga que tenía la certeza de que allí dentro me esperaban cosas maravillosas anhelando ser descubiertas.

Muchos somos los nostálgicos de sus abrazos de papel, los que llevamos en el alma ya prendida para siempre la deliciosa sensación de que comienza la leyenda nada más cruzar su pequeño vestíbulo  y pisar sus entrañables baldosas modernistas.

Y es que Semuret es de esos lugares únicos que te acarician el alma, y la marcan con una huella indeleble, dulce y cálida.

Sin embargo, Semuret se va…

Como un barquito de papel nos dice adiós mientras navega hacia la remembranza, hacia el mundo bucólico y sublime donde habitan los recuerdos más dulces, las vivencias más felices, las reminiscencias de un pasado que añoramos y no queremos olvidar.


Me resisto Semuret a que te vayas, a enfrentarme a tus estanterías vacías, a tus escaparates yermos, a tus paredes desnudas, a tu interior baldío…
A que tu nombre forjado en hierro y en historia desaparezca de esa fachada que me ha visto nacer, crecer, luchar, seguir adelante, desfallecer, volver a empezar  y como no, siempre, siempre soñar.
Me resisto a que no pueda visitarte cada vez que vuelvo a casa, a que una parte de mis sueños se vayan contigo para siempre.
A que la ciudad que una vez fue de las turquesas pierda con tu partida su último vestigio de grandeza…

Te vas Semuret, el año que finalizo mis estudios de Historia…mi verdadera vocación, la que me enseñaste a encontrar en la tinta de las obras que poblaban tus baldas de oscura madera barnizada.

Gracias Semuret, gracias por engrandecerme el alma cada vez que atravesaba tu puerta, por llenar mi corazón al salir con uno de tus libros entre mis manos, por hacerme comprender a base de perderme en tus escaparates que no hay sueños imposibles, y que simplemente todo empieza cuando tú quieras.