Era
un apacible atardecer de invierno, un ocaso de esos en los que las
siluetas de los montes, de los tejados, de los árboles...recortan un
cielo azul marino que lucha por albergar en el horizonte el último
atisbo de luz.
Bajo
aquel cielo nítido, sereno, aterciopelado...encontré la señal más
hermosa que puede enviar el Universo en el primer día de invierno:
una preciosa rosa había nacido de las ramas taladas de los rosales
que habitan mi jardín, de esas ramas desnudas y frágiles tras
soportar las inclemencias del otoño: la furia del viento, la lluvia
implacable, la escarcha del alba...
Ese
retal de vida en mitad de un paisaje marchito, ese trocito de
primavera en los albores del invierno me hizo comprender la verdadera
magia del Universo: la vida siempre se abre paso para irrumpir del
modo más inesperado, llenando de luz y color los rincones más
oscuros del alma.
Aquella
rosa de increíble belleza contenía en sí misma la esencia de la
vida y entonces entendí que todo es posible, si tú quieres...