El alma de un niño es tan frágil como las alas de una mariposa.
A veces no prestamos la debida atención a sus demandas y,
sin darnos cuenta, permitimos que aquello que a nuestros ojos de adultos es simplemente un capricho, o una
tontería, les arañe el alma, ese alma infantil y
delicada, provocando una herida que
quizá ya nunca termine de cicatrizar.
Este es el caso de la historia que voy a relatar:
Era una niña de 8 años, de ojos grandes y despiertos, que,
cierto día se quedó fascinada mirando el escaparate de la tienda que, por
entonces, había junto al portal de la casa de mis abuelos.
Lo recuerdo como si fuera hoy, el carnaval se acercaba y el
escaparate estaba lleno de disfraces infantiles, llamativos y coloristas, pero
solo uno de ellos me había cautivado hasta tal punto que no podía apartar la
vista de él.
Era un vestido de época, un corpiño lo ceñía a la cintura y tenía
un can-can que le daba mucho volumen, y preciosas telas en tonos rojizos,
blancos y negros.
El tul y la cola le
daban un aire de majestuosidad digno de leyenda, que se completaba con un
tocado en la cabeza a modo de sombrerito coronado por una pluma.
Un letrero ponía nombre a semejante maravilla, y decía
así: “Anna Karenina”
Era una niña muy inquieta, y enseguida empecé a investigar
quien era Anna Karenina, la inspiración de aquel prodigio.
Pregunté a mi familia y entre unos y otros me fueron dando
información sobre ella.
Por lo visto se
trataba de la protagonista de una novela, una princesa rusa, que tuvo una vida desdichada por amor y un triste
final.
Por aquel entonces todo aquello no me decía nada, únicamente
no podía comprender cómo alguien podía ser infeliz siendo princesa y teniendo
un vestido así.
-
“Quiero el vestido de Anna Karenina” dije
entonces….
Nadie me prestó demasiada atención…Recuerdo que ese día
estaba deseando llegar a casa de mis abuelos sólo para volver a ver aquel
vestido. Y cuando lo hice, me quedé fascinada de nuevo.
Mi madre me arrancó del escaparate diciendo que ya era tarde
y hora de irse a casa. Mientras tiraba de mi, yo seguía mirando el vestido y veía como se iba
haciendo cada vez más pequeñito a medida que nos alejábamos por la calle.
Se sucedieron los días entre mis súplicas por que me
compraran aquel vestido, las negativas de mi madre (- “Para que lo quieres
si aquí no se celebra el carnaval?” - me
decía…) mis llantos, mis visitas al escaparate, etc…
Mi abuela, gran consentidora de mis caprichos, se apresuró a
decir que ella me lo compraba, pero mi madre se negaba, alegando que no se
podían consentir todos mis antojos, que tenía que empezar a darme cuanta que en
la vida no siempre conseguimos todo lo que queremos…
Faltaba ya sólo un día para el carnaval cuando por fin, mi
madre accedió y mi abuela y yo fuimos a comprar el vestido.
Estaba tan nerviosa que casi no podía hablar….
Recuerdo llegar a la tienda,
y pedirle a la dependienta el vestido. Ella me miró y se limitó a decir:
-
“Sólo nos queda el del escaparate y es una talla
pequeña, como para una niña de 4 años,
¿tú cuantos tienes bonita?”
-
“Ocho”, dije débilmente mientras se me hacía
un nudo enorme en la garganta y los ojos se me llenaban de lágrimas.
-
“Entonces no te vale, además eres muy alta
incluso para tener 8 años.”
Como un torrente desbordado no pude controlar mi llanto,
creo que fue la primera vez que el mundo se me volvió gris, oscuro, cruel…, la
primera vez que sentí que un cuchillo invisible me atravesaba sin piedad el
corazón.
De nada sirvieron los enormes esfuerzos de mi abuela por
comprarme el disfraz más bonito que hubiera...
En la tienda sólo quedaba de mi talla un disfraz de chino
que servía tanto para chico como para chica. Era de un color amarillo chillón
que me horrorizaba.
Buscamos más vestidos por todas las tiendas de la ciudad, de
hada, de bailarina….nada ni nadie me consolaba, mis ojos, mis corazón y mi alma
estaban llenitos de la imagen del vestido de Anna Karenina.
Esa imagen ya nunca jamás me abandonó, de hecho me ha
acompañado a lo largo de toda mi vida.
Y así, con 16 años, mientras mis compañeras de clase me
decían que tenía mucha suerte de ser tan alta, que podría ser modelo si
quisiera y tonterías varias propias de la edad….a mi se me llenaba la mirada de
amargura y mi mente no podía dejar de pensar “si no hubiera sido tan alta,
quizá me hubiera válido aquel vestido”
La primera vez que me puse un vestido largo y me miré al
espejo, el mismo sinsabor, el mismo recuerdo….aún cuando me probaba vestidos de
novia para mi boda no encontraba ninguno
que se asemejara al vestido de mi alma. Quizá… por eso, ninguno de los
que me probaba me convencía del todo.
Incluso años más tarde, cuando supe que iba a ser madre de
una niña, soñaba con conseguirle aquel vestido para ella, aquél que yo tanto
quise y nunca tuve…
Puede ser casualidad, o puede ser que el universo nos concede
siempre aquello que anhelamos con insistencia, con una fuerza que ni nosotros
mismos controlamos, que brota de nuestro interior…y nos desborda…
Pueden ser tantas cosas que no acertamos a comprender…lo cierto
es que un día cualquiera, un día de tantos, …alguien me envió por correo
electrónico un link a un página en la que se compraban y vendía juguetes
antiguos, por si me resultaba interesante para mis hijos.
Entre a ver que había allí, sin más pretensión que paliar
por unos instantes la añoranza de mi mas tierna infancia.
Mis ojos se deslizaban entonces entre muñecas nancy,
barriguitas, trenes, scalextric, etc…hasta que me detuve en el apartado
disfraces y en el que, sin apenas darme
cuenta, pinché con el ratón.
Por unos instantes tuve la sensación de flotar, de estar en
una nube, de que el mundo que me rodeaba desaparecía a mi alrededor y ya solo
quedaba yo, con la mirada clavada en un punto de mi pantalla, en unas
letras,,,.que decían “Disfraz de Anna Karenina”
Tardé en reaccionar, y cuando lo hice, comenzó a resultarme
difícil respirar, tenía que hacer esfuerzos cada vez mayores,. Me tumbé en el
suelo y conseguí tranquilizarme, pero sentía un continuo escalofrío que
provocaba que temblara cada vez más.
Poco a poco me repuse y con las manos aún temblorosas, cogí
mi tarjeta de crédito, y realicé la compra.
Un mensaje al finalizar, me avisaba que en un plazo de 3 a 5 días.
Había esperado años ese momento y ahora me sentía incapaz de
esperar tan sólo unos días. La impaciencia me desbordaba por dentro, dormía
mal, trabajaba aún peor por la falta de concentración y no tenía apetito
alguno. Me sentía agotada y a la vez tan
ilusionada, que no podía explicarlo.
Sentía que estaba viviendo un momento histórico, algo único
en mi vida.
El cuarto día, sonó mi móvil. Una empresa de reparto me
avisaba que tenía mi pedido, pero no había nadie en casa. Estaba trabajando y
no pude esperar….le pedí que continuara
el reparto por la zona y que en 15 minutos yo estaría allí,.
Y así lo hice….y allí estaba, en casa, sola, con el paquete
delante. Comencé a desenvolverlo, le quité el plástico y apareció una caja de
cartón.
Esa caja de cartón normal y corriente que ahora estaba
delante de mí, contenía un sueño que me había acompañado durante años, que
formaba parte de mí…
Pero, tras retirar los precintos, y justo cuando iba a
proceder a abrirla, me detuve.
Tenía la sensación de estar profanando algo, algo tan
sagrado que me arrepentiría el resto de mi vida, de estar asesinando a aquella
niña que con ojos enormes y mirada inocentes se abalanzada sobre aquel escaparate
de los años 80.
Entonces abracé la caja y lloré, lloré mucho,
muchísimo…infinito.
Y comprendí que era mejor así, si abría la caja destruiría
un sueño y una parte de mi, de mi alma, y aquella herida se abriría hasta el
punto de desangrarme y convertir en un fantasma
En lugar de abrir la caja, me dirigí a la oficina de correos
más cercana, la embalé de nuevo y la envié a la dirección de mi abuela con una
nota en la que le pedía que guardara la caja
sin abrir, junto a mi vestido de novia que ya tenía guardado en un
armario de sus casa (yo lo quise así).
Así sentía que, lejos de perder otra vez el disfraz de Anna
Karenina , y pese a ni siquiera verlo, ni tocarlo, ni sentirlo, éste seguía más
cerca de mi infancia, más cerca de lo que nunca había estado.