"Moriré una vez y otra, y sabré que es inagotable la vida" (Rabindranath Tagore)

lunes, 8 de abril de 2013

Anna Karenina



El alma de un niño es tan frágil como las alas de una mariposa.



A veces no prestamos la debida atención a sus demandas y, sin darnos cuenta, permitimos que aquello que a nuestros ojos de adultos es simplemente un capricho, o una tontería, les arañe el alma, ese alma infantil  y delicada, provocando una herida  que quizá ya nunca termine de cicatrizar.

Este es el caso de la historia que voy a relatar:

Era una niña de 8 años, de ojos grandes y despiertos, que, cierto día se quedó fascinada mirando el escaparate de la tienda que, por entonces, había junto al portal de la casa de mis abuelos.

Lo recuerdo como si fuera hoy, el carnaval se acercaba y el escaparate estaba lleno de disfraces infantiles, llamativos y coloristas, pero solo uno de ellos me había cautivado hasta tal punto que no podía apartar la vista de él.

Era un vestido de época, un corpiño lo ceñía a la cintura y tenía un can-can que le daba mucho volumen, y preciosas telas en tonos rojizos, blancos y negros.

El tul y la cola le daban un aire de majestuosidad digno de leyenda, que se completaba con un tocado en la cabeza a modo de sombrerito coronado por una pluma.

Un letrero ponía nombre a semejante maravilla, y decía así: “Anna Karenina”

Era una niña muy inquieta, y enseguida empecé a investigar quien era Anna Karenina, la inspiración de aquel prodigio.

Pregunté a mi familia y entre unos y otros me fueron dando información sobre ella.

Por lo visto se trataba de la protagonista de una novela, una princesa rusa, que tuvo una vida desdichada por amor y un triste final.

Por aquel entonces todo aquello no me decía nada, únicamente no podía comprender cómo alguien podía ser infeliz siendo princesa y teniendo un vestido así.

-        “Quiero el vestido de Anna Karenina” dije entonces….


Nadie me prestó demasiada atención…Recuerdo que ese día estaba deseando llegar a casa de mis abuelos sólo para volver a ver aquel vestido. Y cuando lo hice, me quedé fascinada de nuevo.

Mi madre me arrancó del escaparate diciendo que ya era tarde y hora de irse a  casa.  Mientras tiraba de mi, yo seguía  mirando el vestido y veía como se iba haciendo cada vez más pequeñito a medida que nos alejábamos por la calle.

Se sucedieron los días entre mis súplicas por que me compraran aquel vestido, las negativas de mi madre (- “Para que lo quieres si  aquí no se celebra el carnaval?” - me decía…) mis llantos, mis visitas al escaparate, etc…

Mi abuela, gran consentidora de mis caprichos, se apresuró a decir que ella me lo compraba, pero mi madre se negaba, alegando que no se podían consentir todos mis antojos, que tenía que empezar a darme cuanta que en la vida no siempre conseguimos todo lo que queremos…


Faltaba ya sólo un día para el carnaval cuando por fin, mi madre accedió y mi abuela y yo fuimos a comprar el vestido.

Estaba tan nerviosa que casi no podía hablar….

Recuerdo llegar a la tienda,  y pedirle a la dependienta el vestido. Ella me miró y se limitó a decir:

-        “Sólo nos queda el del escaparate y es una talla pequeña, como para una niña de 4 años,  ¿tú cuantos tienes bonita?”

-        “Ocho”, dije débilmente mientras se me hacía un nudo enorme en la garganta y los ojos se me llenaban de lágrimas.

-        “Entonces no te vale, además eres muy alta incluso para tener 8 años.”


Como un torrente desbordado no pude controlar mi llanto, creo que fue la primera vez que el mundo se me volvió gris, oscuro, cruel…, la primera vez que sentí que un cuchillo invisible me atravesaba sin piedad el corazón.

De nada sirvieron los enormes esfuerzos de mi abuela por comprarme el disfraz más bonito que hubiera...

En la tienda sólo quedaba de mi talla un disfraz de chino que servía tanto para chico como para chica. Era de un color amarillo chillón que me horrorizaba.

Buscamos más vestidos por todas las tiendas de la ciudad, de hada, de bailarina….nada ni nadie me consolaba, mis ojos, mis corazón y mi alma estaban llenitos de la imagen del vestido de Anna Karenina.



Esa imagen ya nunca jamás me abandonó, de hecho me ha acompañado a lo largo de toda mi vida.



Y así, con 16 años, mientras mis compañeras de clase me decían que tenía mucha suerte de ser tan alta, que podría ser modelo si quisiera y tonterías varias propias de la edad….a mi se me llenaba la mirada de amargura y mi mente no podía dejar de pensar “si no hubiera sido tan alta, quizá me hubiera válido aquel vestido”



La primera vez que me puse un vestido largo y me miré al espejo, el mismo sinsabor, el mismo recuerdo….aún cuando me probaba vestidos de novia para mi boda no encontraba ninguno  que se asemejara al vestido de mi alma. Quizá… por eso, ninguno de los que me probaba me convencía del todo.



Incluso años más tarde, cuando supe que iba a ser madre de una niña, soñaba con conseguirle aquel vestido para ella, aquél que yo tanto quise y nunca tuve…



Puede ser casualidad, o puede ser que el universo nos concede siempre aquello que anhelamos con insistencia, con una fuerza que ni nosotros mismos controlamos, que brota de nuestro interior…y nos desborda…

Pueden ser tantas cosas que no acertamos a comprender…lo cierto es que un día cualquiera, un día de tantos, …alguien me envió por correo electrónico un link a un página en la que se compraban y vendía juguetes antiguos, por si me resultaba interesante para mis hijos.

Entre a ver que había allí, sin más pretensión que paliar por unos instantes la añoranza de mi mas tierna infancia.



Mis ojos se deslizaban entonces entre muñecas nancy, barriguitas, trenes, scalextric, etc…hasta que me detuve en el apartado disfraces y en el que,  sin apenas darme cuenta, pinché con el ratón.



Por unos instantes tuve la sensación de flotar, de estar en una nube, de que el mundo que me rodeaba desaparecía a mi alrededor y ya solo quedaba yo, con la mirada clavada en un punto de mi pantalla, en unas letras,,,.que decían “Disfraz de Anna Karenina”



Tardé en reaccionar, y cuando lo hice, comenzó a resultarme difícil respirar, tenía que hacer esfuerzos cada vez mayores,. Me tumbé en el suelo y conseguí tranquilizarme, pero sentía un continuo escalofrío que provocaba que temblara cada vez más.

Poco a poco me repuse y con las manos aún temblorosas, cogí mi tarjeta de crédito, y realicé la compra. 

Un mensaje al finalizar, me avisaba que en un plazo de 3 a 5 días.



Había esperado años ese momento y ahora me sentía incapaz de esperar tan sólo unos días. La impaciencia me desbordaba por dentro, dormía mal, trabajaba aún peor por la falta de concentración y no tenía apetito alguno. Me sentía agotada y  a la vez tan ilusionada, que no podía explicarlo.

Sentía que estaba viviendo un momento histórico, algo único en mi vida.



El cuarto día, sonó mi móvil. Una empresa de reparto me avisaba que tenía mi pedido, pero no había nadie en casa. Estaba trabajando y no pude esperar….le pedí  que continuara el reparto por la zona y que en 15 minutos yo estaría allí,.

Y así lo hice….y allí estaba, en casa, sola, con el paquete delante. Comencé a desenvolverlo, le quité el plástico y apareció una caja de cartón.

Esa caja de cartón normal y corriente que ahora estaba delante de mí, contenía un sueño que me había acompañado durante años, que formaba parte de mí…

Pero, tras retirar los precintos, y justo cuando iba a proceder a abrirla, me detuve.

Tenía la sensación de estar profanando algo, algo tan sagrado que me arrepentiría el resto de mi vida, de estar asesinando a aquella niña que con ojos enormes y mirada inocentes se abalanzada sobre aquel escaparate de los años 80.

Entonces abracé la caja y lloré, lloré mucho, muchísimo…infinito.



Y comprendí que era mejor así, si abría la caja destruiría un sueño y una parte de mi, de mi alma, y aquella herida se abriría hasta el punto de desangrarme y convertir en un fantasma



En lugar de abrir la caja, me dirigí a la oficina de correos más cercana, la embalé de nuevo y la envié a la dirección de mi abuela con una nota en la que le pedía que guardara la caja  sin abrir, junto a mi vestido de novia que ya tenía guardado en un armario de sus casa (yo lo quise así).



Así sentía que, lejos de perder otra vez el disfraz de Anna Karenina , y pese a ni siquiera verlo, ni tocarlo, ni sentirlo, éste seguía más cerca de mi infancia, más cerca de lo que nunca había estado.